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RODRIGO HASBÚN: LA SOLEDAD DE LOS AFECTOS Y LA GUERRILLA


Los Afectos de Rodrigo Hasbún, escritor cochabambino, no solo es una novela de las pasiones humanas más hondas, sino que también nos muestra los efectos de los afectos humanos fruto de la fuerza depredadora y manipuladora de las ideologías. Para Hasbún la guerrilla como medio para tomar el poder tiene consecuencias nefastas en el interior de la estructura familiar e inevitablemente se irradian hacia el conjunto de la sociedad. En este sentido, en los Afectos, por ejemplo, la política y lo íntimo se entremezclan sin ningún límite definido.

Sin duda, aunque haya hoy personas que mitologizan la experiencia guerrillera del 68 a la cabeza del Ché, ésta no solo fue un rotundo fracaso militar, también, el de una generación que estaba dispuesta a todo a fin de hacerse con el poder. Una muestra clara de lo que digo, está en la frustrada guerrilla de Teoponte en el norte paceño, a pesar de los rasgos místicos presente en su motivación, acabó sepultada por las armas del ejército boliviano y la selva. Aunque hubo algunas personas que en su ceguera política les llevó a comparar Ñancahuzú con la experiencia del maestro de Galilea. Nada más agarrado de los pelos: De Nazareth a Ñancahuazú (Rafael Puente). Hasbún sin ser indiferente a estos hechos, mira la guerrilla desde un tiempo en el que la efervescencia de la revolución socialista perdió su candor. Y así como para toda una generación de hijos de la democracia, Ñancahuazú y Teoponte eran nada más los escombros del fracaso. Por eso en el imaginario de Hasbún, los guerrilleros y aquellos que sobrevivieron, no eran sino “muertos que regresaban del otro lado, eso eran. Muertos que no le temían a la muerte”.

Toda ideología es perversa. Socaba la unidad social. En el centro de su práctica político-ideológica yace la contradicción. De ahí que uno de los personajes diga: “Qué fácil ser comunista cuando tu familia tiene plata, […] claro así es fácil, así quien no”. Y Monika, la hija inconforme de los Ertl, encarna ese esterotipo de comunistas guerrilleros o izquierdistas acomodados de la década de los 60. Monika, era “la niña incomprendida, la adolescente caótica y rebelde, la mujer que luego perdió la perspectiva y ya no supo detenerse y terminó haciéndose daño y haciéndoselo a otros”. Pero por más que toda revolución tenga en mente a los pobres, los pobres no pueden ni ser comunistas ni guerrilleros, tampoco capitalistas o proimperialistas, porque ellos los pobres son eso: pobres. Víctimas de un orden que siempre se sustenta en una ideología que ansía el poder. Por esa razón, los partidos y sus líderes ponen a los pobres a su servicio.

Para Hasbún las secuelas del fracaso es el terror frente a los hechos vividos y su recuerdo: “Era extraño verlos así, verlos así a todos: hombres que en la calle se confundían fácilmente con otros hombres, a pesar de lo demacrados que estaban. Habían pasado meses de hambruna y guerra y era visible. Habían perdido demasiado y era visible. Ahora volvían a la vida y el terror solo sucedía del otro lado de las cosas. Inti tenía las mismas pesadillas desde hacía meses y eran sus gritos los que siempre los despertaban, justo antes de que desatara la violencia […] la guerra entre los vivos y los muertos pero sobre todo entre los vivos”. Por eso la violencia de la guerra u otra forma de brutalidad siempre termina desfigurando los afectos y no solo de los contendientes sino de todo el cuerpo social.

Francisco Ayala, sociólogo y escritor español, solía decir que lo que acaba separando a los seres humanos son las pasiones humanas; Hasbún en su novela las denomina Afectos; y cuando estos no son alimentados en la transparencia y la verdad, todo se desvanece a causa de sus efectos; las relaciones personales se precipitan hasta el punto de la aniquilación. Y hasta la memoria sucumbe a sus nocivos efectos. Dice Hasbún: “No es cierto que la memoria sea un lugar seguro. Ahí también las cosas se desfiguran y se pierden. Ahí también terminamos alejándonos de la gente que más amamos”.

Hasbún en los Afectos dibuja claramente cómo la violencia engendra el miedo y el terror, que atraviesan toda la condición humana hasta aniquilar la memoria misma. Y cuando los Afectos se destruyen en el ser humano, ya no queda sino solo el desamor y el vacío: “Me dije que era natural dejar de amar. Me dije que en realidad lo que era poco natural era seguir amando”.



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