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NUEVA REVOLUCIÓN DEMOCRÁTICA

¿Después de la caída del Krisnerismo, acaso todavía tiene sentido invocar los ideales del socialismo del siglo XXI? Hasta creo que es tan válida la pregunta hoy como hace dos décadas atrás: ¿Qué significa ser de izquierda o autodenominarse revolucionario? No hay duda que los populismos están (o ya estaban hace unos años) atravesando una profunda crisis. Los golpes, curiosamente no han venido de sus enemigos fraternos, sino desde el interior de sus regímenes; son golpes creados por ellos mismos: corrupción, burocracia al más alto grado, tráfico de influencias, reduccionismo de clase limitada a un pequeño grupo de élite con tinte totalitario. Sin embargo, la situación en el campo de sus enemigos no tan fraternos, los capitalista y neoliberales de derechas, no es mejor; se han revelado incapaces, absolutamente desnudos de ideas claras y distintas para afrontar las exigencias de la presente década. Ahora debemos ver, por ejemplo en el caso Macri, si la emergencia de sus propuestas serán capaces de afrontar la caída de los precios de las materias primas, que sin duda, repercutirá en fuertes recortes en la inversión pública; el creciente narcotráfico, que a estas alturas ya no es problema de gobiernos, sino un mal social, porque los gobiernos han sido atrapados por sus tentáculos ¿cómo debe enfrentarse la sociedad al terror del narcotráfico? Ante este panorama de crisis en las izquierdas (sobre todo las de tradición jacobina como el discurso del Vice Álvaro García Linera) y falta de propuestas en las derechas (Doria Medina, Tuto Quiroga o Ruben Costas), necesitamos una nueva y verdadera revolución democrática, que sea alimentada de un nuevo imaginario, imaginario que recoja lo mejor de las tradiciones de las grandes luchas por la emancipación, pero, que también tenga en cuenta las contribuciones tanto de la izquierda como la derecha.

Una nueva revolución democrática, como la que propone Claude Lefort, se asienta en la idea de que el poder es un “espacio vacío”. Sin duda, el MAS y su llamada revolución democrática y cultural, recorrió un camino inverso; para el actual populismo boliviano y de algunos países latinoamericanos, el poder aún descansa y se encarna en la figura del caudillo, el líder (en otro momento era el príncipe o la ligazón a la autoridad trascendental), el presidente, el jefe sindical (no es gratuito la aparición del librito, El jefazo, sobre la vida de Evo Morales). El masismo tras una década en el gobierno, si algo logró realizar con mucha astucia fue la homogeneización de las entidades sociales (aunque ya empieza a resquebrajarse), anulando toda la gama y multiplicidad de relaciones que afectan a los individuos. Una verdadera revolución democrática debe captar toda esa multiplicidad de relaciones. El estado plurinacional en Bolivia solamente es el intento de construir un sujeto totalmente centrado, totalizado, que se hace a partir de relaciones a priori y necesarios, por tanto, consecuencia de prácticas verticales y autoritarias. Se buscó por todos los medios (y aún continúa esta visión) englobar a todos bajo una sola idea de identidad definitivamente establecida, el abstracto indigenismo de todos los bolivianos por encima de las particularidades regionales. Esta pretensión trasluce el librito de García Linera, "Identidad boliviana: Nación, mestizaje y plurinacionalidad", de circulación nacional a través de los medios, que desemboca en mecanismos de exclusión peores que los generados por la política neoliberal de los 90.

No necesitamos valores sólo de la tradición, sino también, y hoy más que nunca, la hegemonía de valores democráticos; esta hegemonía necesita multiplicación de prácticas democráticas, institucionalizándolas en relaciones variadas, de modo que se profundicen la multiplicidad de posiciones, ideológicas, sociales, políticas y religiosas. Es necesario, ante la crisis del populismo y la incapacidad de la derecha, un nuevo proyecto democrático, radical y plural; por tanto, reconocer la multiplicidad y el pluralismo y el conflicto como parte de la práctica política y el poder como espacio vacío o en otras palabras, el poder como posesión de todos y de nadie.


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IVÁN JESÚS CASTRO ARUZAMEN

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