UN ESPAÑOL EN TIERRAS CULPINEÑAS
Antonio Sayabera (Badajoz, 1930- Sucre, 2016), era un hombre menudo y con el cigarro en los labios, desde la mañana hasta el anochecer. No era el típico español, arrogante, racista, ignorante, con ese acento tan estruendoso de las zetas españolas. No. Antonio fue un sacerdote diocesano que vivía de la manera más sencilla, humilde y humana de forma ejemplar, muchas veces a punta de papas y pan duro. Le gustaba criar gallinas, muchas gallinas, con su típico pio, pio, pio, hacía que se arremolinaran a su alrededor por cientos; otro de sus pasatiempos, especialidades, era hacer vino. ¿Y cómo en una tierra dónde no hay uva? Estaba ahí cerca, Camargo o la Ciénega de donde traía mucha uva, y, como dice Claudio Ferrufino-Coqueugniot, si el León de Nemea recorrió las tierras de rocas y quebradas y valles de las pampas de Culpina, Antonio, se le habrá topado en algún rincón por donde su lento caminar le llevó y un trago del vino que salía de sus odres, en la Parroquia del Señor de Pilaya, lo habría tranquilizado al hijo de Zeus con Selene… Antonio, no era un sacerdote de números, no era un cristiano de cantidad, sino de calidad. No se preocupaba si los bautismos o los matrimonios iban en aumento o disminución; él era un cristiano que le gustaba ir de comarca en comarca, de comunidad en comunidad por la extensa parroquia del Señor de Pilaya, dónde todavía hoy, a inicios del siglo XXI, hay gente que no tiene luz, ni televisión, ni caminos viales, sólo caminos para herradura. Antonio visitó todos estos lugares. Ningún otro sacerdote llegó a conocer tan cercanamente el territorio de la segunda sección de la provincia Sud Cinti como Antonio. La gente lo conocía como don Antonio. ¿Por qué se hizo sacerdote? Nunca lo dijo, sólo tiempo después he entendido los secretos caminos de Dios para los hombres; y él fue uno de esos ¿Cómo se hizo sacerdote? Algunos comentaban en tono de sorna, entre el mismo clero, que Antonio fue ayudante de cocina en el Seminario Mayor, antes de tomar las órdenes. Con mucha más identidad y servicio, vivió su entrega al evangelio, que otros colegas suyos –valga la aclaración, no son cristianos y la Iglesia los ha tenido desde papas, cardenales, obispos, curas, monjas y monaguillos–; don Antonio Sayabera, no cargó sobre su espalda la insignia de ninguna iglesia extranjera, ni siquiera su cultura de origen, pesó tanto como su humildad; vivió entre los culpinenses como uno más; hasta en su forma de vestir era como nosotros; chamarras de esas que se venden en las ferias de Año nuevo o agosto, pantalones de tela, también de los que se compra la gente de campo, zapatos manaco, hasta sus cigarros eran de pobres, el famoso casino, con el que muchos de nosotros en el pueblo de jóvenes aprendimos a hacer los primeros secos; son ya parte del recuerdo las largas noches a la luz de una vela, mis conversaciones con Antonio, sobre pasajes de la vida de Jesús, las anécdotas de sus viajes en mula, él solía llamarlo, gira. Así, cuando algún parroquiano lo buscaba por algún motivo, se decía, el padre Antonio está de gira. Fueron muchas las comunidades que visité en su compañía. Hay una quebrada en la accidentada geografía de tierra adentro en la Parroquia de Culpina, que la gente la conoce como el lugar donde Antonio lloró, de frío, de hambre, de miedo, porque el mal tiempo lo agarró ahí, Antonio Huaqan. Antonio Sayabera, murió hace unos días en el abandono de una casa de ancianos en Sucre. Su vida estuvo marcada por la sencillez y el eterno cigarro casino en los labios que le acompañó toda su vida.